¿Conocen a José Mourinho? Seguro que la mayoría sí. El entrenador portugués del Real Madrid es un hombre polémico. Le fascina el show, ser el centro de atención. Le deleita ser bombardeado. Hay quienes lo odian en el fútbol. Hay quienes lo aman. Lo único claro es que las estadísticas no mienten: es un ganador.
Mourinho es un hombre analítico. De esos que tratan de cincelar el resultado que les conviene. Cuando el rival es de terror, entra cauto al campo de juego, defiende con orden, mima la actitud de equipo y cuando es el momento da el zarpazo. Luego da otro, y otro. Y se repliega. Como una fiera. Algunos lo llaman el estratega del antifútbol; los que lo defienden alaban sus métodos. Yo creo que el fútbol necesita estrategia, y Mourinho, por sobre todas las cosas es eso: un estratega. Un general que conoce el mapa y por supuesto conoce el territorio.
Al correr he estado pensando en Mourinho y sus estrategias. Porque a veces creo -en ese largo tiempo en que uno corre a menudo es un espacio para pensar tonterías- que correr un maratón, para un novato como yo, puede ser un ejercicio para hacer un símil con el fútbol. Y estoy convencido de que debo ir a correrla como si Mourinho planteara una más de sus estrategias conservadoras.
Arrancar los diez primeros kilómetros con calma, con un pace prudente y sentir que cuando termino esos 10 kilómetros es como si recién fuera empezar a correr, ahora solo 32. Es una larga de domingo. Vamos cero a cero.
Ya llegará el momento del zarpazo. El momento del centro de Ramos y el cabezazo de Higuaín. El momento en que Cristiano, como una flecha, aparecerá también como un fantasma para hacer lo que tiene que hacer.
Sé que llegado el momento no sentiré las piernas y mi cuerpo, casi automáticamente, como un avión sin piloto, correrá de forma automática.
Sé que llegado el momento necesitaré estímulos. Gritaré internamente por una fuerza extra, más allá de un gel, más allá de un sorbo de Gatorade. Una fuerza que me arrastre hacia adelante. Que me agarre casi en peso y me diga que todo lo que espero sigue al frente, que ya falta poco.
En esa búsqueda de estímulos, desde hace tiempo he pensado cuál será la lista de canciones que me acompañará en el maratón. He corrido buena parte de mi entrenamiento sin música y correré buena parte del maratón sin ella. Realmente quiero oír lo que pasa a mi alrededor. Quiero escuchar el grito destemplado del de al lado, el murmullo del que hace una oración, el sonido de las palmas de los que apoyan a los corredores desconocidos. Y también necesito concentrarme en mi ruido interno, en mis mantras, en mis plegarias personales. En las angustias que se sacuden dentro de un cuerpo al superar la frontera desconocida luego de los 33 kilómetros para llegar a los 42.
Pero llegará un momento en que esa búsqueda me llevará a un solo destino: la música. Y allí, en ese playlist tan personal, aparecerán esas melodías de infancia y adolescencia. Regresaré a los maravillosos años ochenta, a los pasillos del cine Inca y del Lido, en el sur de Guayaquil. Retornaré al bar con los hot-dogs girando en una minúscula rueda moscovita. Volveré a la cortina oscura, inmensa y pesada, que te separaba de la realidad a la fantasía.
Allí, en ese playlist tan mío, estará como número uno una canción cliché pero espectacular. A veces pienso que Bill Conti compuso Gonna Fly Now(Ahora voy a volar) -ese tema clásico de la película Rocky- para los corredores. Una canción con tan solo 30 palabras, dividida en tres estructuras: Trying hard/Getting strong/Gonna fly, transmite una vitalidad fantástica. Algo indescriptible para los que la sentimos vigorosa, intensa, estimulante en todos los sentidos.
En ese salvavidas que será la música tienen que desfilar bandas sonoras. The Moment of Truth, de The Karate Kid, estará allí para recordarme cómo, a los 10 años, hacíamos la grulla en la esquina del barrio soñando en ganar una pelea ficticia para tener una novia de ensueño como Elizabeth Shue.
No he dejado de correr. No, no crean que me rendí. El reto sigue intacto, pese a que no me haya dado el tiempo para postear.
El tiempo pasa, el desafío se aproxima y tal como dijo Steve Jobs, tan recordado estos días luego de su muerte, solo se pueden unir los puntos de las historias personales cuando se mira hacia atrás.
Y miro atrás y recuerdo cuando por primera vez quise correr y solo pude hacerlo por tres minutos. Sentía que moría, que el corazón estallaba, que el oxígeno huía. Fueron solo tres minutos. Hace catorce días corrí 4 horas y 12 minutos una distancia de 30 kilómetros y ahora me enfrentaré a 32.
Miro atrás nuevamente. Y recuerdo cuando la carrera larga, la extenuante, era de 5 kilómetros. Y encuentro que ahora, semanalmente, la carrera benigna, la suave, es de 8 y tengo otra de 12 y una más que supera, in crescendo, la media maratón desde hace tres meses, casi todas las semanas. Uno los puntos, ato el presente al pasado y veo un cambio mental muy fuerte, intenso.
Pero tengo miedo. No puedo dejar de admitirlo. Y he aprendido de él. Como el día en que conocí de cerca lo que en el mundo de los runners se llama "la pared", en que casi me desvanezco luego de correr 28 kilómetros en una carrera mal preparada, con pocas horas de dormir y sin haber comido los suficientes carbohidratos la noche anterior, ni haber ingerido los gels necesarios durante la carrera. Aprendí que, en este asunto, la confianza no puede ir de la mano del desorden.
Tengo miedo, pero lo enfrento día a día. A veces con risas cuando algún incrédulo bromea y dice que no cree que corra o que pueda terminar un maratón de 42,2 kilómetros.
El maratón es una metáfora de vida. Es el esquema de los dos caminos abiertos frente a uno como opción vital: uno es fácil, el otro terrible. Cuando corro y siento que mi ritmo decae, que llegan, como ladrones, las dudas, me pongo a bucear por los mantras internos. Busco, rebusco, vacío recuerdos, personajes, memorias, y a veces me quedo con una sencilla pregunta, tan simple como contundente: ¿Quién te dijo que correr un maratón es fácil?
Son 15 años del único oro olímpico de Ecuador. Jefferson Pérez nos enseñó a creer más en este país. Un guerrero, con una coraza mental poderosa, mucho más fuerte que su estructura ósea, que lo hizo múltiple campeón de marcha a nivel mundial.
Ahora, 15 años después, Jefferson Pérez Quezada, el cuencano que vendió periódicos cuando era niño, nos recuerda el paso a paso de cómo logró la medalla de oro en los 20 km marcha de Atlanta 96. Lo hizo en Twitter, en partes, manteniendo la emoción de su historia. Reúno el relato en uno solo, ayudándolo con las palabras completas y atreviéndome a puntuar y ubicar tildes mejor al campeón, que lo ha hecho con la rapidez de un smartphone, con certeza. Lo hago para recoger ese ejemplo de vida, de lucha, que nos puede ayudar a cualquiera que quiera ser un pequeño campeón en las pistas que se proponga.
El relato. Habla Jeff
- Hace 15 años. Luego de entrenar fuimos a buscar uniforme porque no tenían en la delegación ecuatoriana.
- Hace 15. Me acababan de informar que mi hermano, quien se había pagado sus gastos totalmente, no tiene habitación donde dormir.
- Pasaba por una pizzería comiendo algo. Luego que habíamos conseguido al fin el uniforme a mi talla para competir el día siguiente.
- Y mi hermano llegaba a la villa olímpica. Como no tenía credencial, salimos a la esquina a tomar un café. Entonces le di la noticia.
- "No tienes dónde dormir, hice la reserva de habitación, pero te cancelaron". Y empecé a preguntarme dónde va a dormir mi hermano. ¿En la calle?
- Y el respondió: "Nuestra madre nos hizo guerreros. No te preocupes por mí. Tú enfócate en lo que viniste a hacer. Yo estaré en la línea de salida".
- Y mientras caminábamos por el sector ingresamos a un local y mi hermano emocionado quería comprar un llaverito con copia de la medalla.
- Y me pregunta: "¿Qué te parece?" Entonces respondo: "No compres, que mañana nos llevamos una de verdad". Su rostro enmudeció y dejó el llaverito.
La noche previa y una llamada a mamá
- Luego de la cena llegó a la habitación y preparó mis ropas para la competencia. Las dobló, revisó cada costura, cada unión, los zapatos...
- Están reencauchados. Les hablo como si fueran mis cómplices. 'Amigos, vamos, una competencia más. No me fallen, aguanten un poquito más'.
- Ahora vamos a colocar el número. Calculo que esté colocado exactamente en el centro de la camiseta. Los imperdibles los traje desde Ecuador.
- Son los más pequeños que existen, así evitaré que la piel se corte muy pronto con la fricción de la camiseta. Me coloco y la siento...
- ... De maravilla. Observo el último elemento de mi armadura: mi gorra. Me la coloco y está perfecta, siento cada momento como en cámara lenta.
- Ahora toda la armadura está lista. La coloco en la mochila y le comunico al entrenador que voy a caminar un ratito.
- La verdad, no es que quiero caminar, sino buscar un teléfono para llamar a mi madre y pedir la bendición. No sé si mañana pueda hacerlo.
- ¿Aló? Hola mamá, necesito tu bendición. Y responde: 'Que Dios te bendiga: en el nombre del padre, del ...amén. Dios guiará tus pasos'.
- Le agradezco por ser mi heroína y haberme enseñado cómo pelear en la calle. Ahora voy a pelear en la pista. Porque para ganarme tendrán que matarme.
- ¡Al fin tengo la armadura física y espiritual para el combate de mañana!
Regreso a los orígenes
- Regreso a la habitación caminando lentamente, sintiendo la fresca brisa de la noche. Y pienso ¿dónde estará mi hermano? Ingreso al cuarto.
- Y me acuesto. Observo el tumbado de la habitación y empieza el último entrenamiento psicológico: recordar de dónde vengo. De dónde soy.
- El origen de todo. Y recuerdo corriendo por las calles vendiendo periódicos, cargando bultos en el mercado, vendiendo frutas con mi madre.
- Peleando en la escuela, tan divertido. De pronto, las imágenes cambian y ahora los entrenamientos más intensos, más dolorosos llegan a la mente.
- Y la tercera parte: veo en mi mente el recorrido y mezclo los primeros con los segundos recuerdos. Mi corazón se acelera y los músculos, tensos.
- E imagino mañana peleando, dándoles dura pelea. Si llego al puente con todos, entonces avanzará aquel que no tema morir.
- Imaginando el ingreso al estadio con los músculos destrozados y el corazón explotando, termina mi visualización de la competencia, último entrenamiento.
- Abro los ojos y la habitación oscura me hace volver a la realidad de la noche. Me pongo de rodillas y oro: Mi Dios, por ti y para ti.
- Ahora, a la cama a descansar. Mañana será un gran y largo día.
El día de la verdad
- Siendo las 5 AM hora de Atlanta, las 4 AM hora de Ecuador, abro mis ojos: 'Gracias mi Dios por este día que me permites llegar a este lugar.Amén'.
- Recorro las cortinas de la habitación y veo el cielo un tanto nublado, y me digo: 'Un gran dia para ganar una medalla olímpica para mi país'.
- Me dirijo a la regadera y tomo una ducha con agua muuuy fría. Necesito bajar la temperatura del cuerpo porque luego subirá.
- Mientras recorre el agua por la espalda llega el primer recuerdo de la mañana a mi mente: los desgarradores entrenamientos en el frío del Cajas.
- Y sé que si sobreviví a esos entrenamientos extremos, hoy estaré dispuesto a morir. Y templando me dirijo a mi habitación a ponerme mi armadura.
- Mientras me visto pongo música instrumental en una casetera y escucho Vasija de barro y otras canciones del pentagrama nacional.
- Ingresa el entrenador a la habitación y dice: '¿Estás listo?' No dudo en responderle: 'Me hubiera gustado tener un 7 en mi número'. Siempre me gustó.
- Él responde: 'Pero si 1326 es perfecto: 1+3+2+6= 12, eso es 1h20m y terminas jajaja (luego el siete aparecería al terminar la competencia 7 seg).
- Nos dirijimos al comedor, mientras, en la delegación ecuatoriana todos duermen y al comer puedo sentir cada alimento como si fuera el último.
Un retraso inesperado
- Terminando de desayunar nos dirijimos al bus: Oh sorpresa, el bus está lleno y hay algunas delegaciones que no podemos ingresar al mismo.
- Nos toca ir en otro autobús. El viaje normalmente demora 15 minutos al estadio, sin embargo ya pasaron 45 minutos y el señor está extraviado.
- El chofer llegó cinco días antes y es de Nueva York, no conoce Atlanta. Todos expresan sus molestias, yo estoy sentado, observando el paisaje.
- Observo mi reloj discretamente pues es un poco viejito, pero quiero usarlo porque me lo obsequió mi hermano. Es hora de empezar el calentamiento.
- E inicio con mi rutina de estiramiento. En el bus, todos nerviosos, ansiosos y molestos. Llegamos al estadio, nos indican que ya cerraron puertas.
- Ante la explicación de varios países nos autorizan el ingreso. Estamos contra el tiempo. Los demás están terminando su calentamiento.
El inicio de la competencia
- Sin embargo, me doy tiempo para colocar mis cosas en mi sitio y Enrique, el entrenador, me indica que caliente rápido. No tengo prisa.
- Siento que el tiempo pasa lento. De pronto: 'Competidores a pista'. Todos se dirigen a pista, último momento que en la soledad tengo una conversación con mi Dios.
- Termino y me dirijo a pista. Soy el último en ingresar. Nos colocamos en línea de salida, soy de estatura promedio, mis rasgos me delatan latino!
- De pronto... PUUUUUN! El disparo inicia la competencia, me ubico en la mitad del pelotón sin perder de vista a los primeros, salimos del estadio.
- E inicio mis cálculos matemáticos: temperatura, velocidad, peso, etc. etc. etc...
- Me aproximo a la primera vuelta y miro en la vereda a mi hermano de pie, observando. Me da millón alegría, aunque pienso: '¿Dónde dormiría anoche?'
- El cronómetro me indica que el ritmo está dentro de los parámetros calculados, y algunos competidores empiezan a juntarse, hacen equipos.
- ¡Ánimo! Tu compañero de equipo es Dios, vamos tranquilo. Llego al abasto de liquidos, ingiero sin derramar nada, son 150 ml que no puedo desperdiciar.
- Y caminamos el recorrido paso a paso, y los atletas chinos, rusos, españoles, mexicanos, empezaron a hacer equipos y vuelta, vuelta...
El pelotón es de 12
- Llegamos así hasta un poco más de la mitad de la competencia. Ya no puedo calcular, mi cuerpo está cansado, el grupo solo somos 12 competidores.
- Escucho al entrenador: '¡Vamos, ánimo amigo!', y observo y escucho a la barra mexicana gritando "sí se puede". Me pregunto ¿qué significará esa frase?
- Observo que uno de los competidores se escapa del pelotón. Es un ruso y nos saca ventaja considerable, yo debo seguir en el pelotón con calma.
- El grupo de 12 comienza a separarse. Dios, me duele todo, pero si aguanto ya estaré entre los 12 mejores. 'Solo soporta', les clamo a mis músculos.
- Llegamos a los 3/4 del recorrido, estamos 8 competidores y yo soy el octavo. Aquí defiendo mi posición, no voy más!!
La mente sacude a los músculos
- Mi mente empieza a desvariar, y de pronto escucho: ACUÉRDATE DE TU GENTE, DE TUS CALLES, DE TU ORIGEN!! La voz de mi hermano.
- Y mi mente se escapa de la competencia por un instante y recuerdo vendiendo periódicos. Vamos, muévete, tenemos que vender rápido, imágenes del mercado.
- Imágenes de mi origen rodeado y formado en las entrañas del mismo pueblo. Y mi mente estimula mis músculos y despierto al calor de Atlanta.
-Vamos cabrón. Ánimo, tu pueblo es peleador y tienes que representarlos. Vamos, fuerza.
- Alzo la mirada, tengo que quedarme en este pelotón. Ya somos solo cinco: México, rusos y un balín ecuatoriano.
- Pero no están alrededor los favoritos. Se quedaron, ya no están los inmortales. Todo este grupo es tan humano como yo.
- Vamos, ánimo, imagínate que todo el país esté haciendo fuerza, trata de imaginar esa fuerza en ti, ánimo.
Ayuda desde el cielo
- Ya estamos en los 5 primeros, de este puesto no me dejo. Pero mis piernas...
- Dios, siento que mi pecho va a explotar. Parece que tuviera toneladas de peso en mi pecho y una carga gigante encima. Todo está dicho, voy a defender...
- A defender mi posición. De pronto, llegan sonidos imaginarios a mi mente.
- 'Jeff, cuando estés compitiendo acuérdate de mi hijo que desde el cielo te ayudará a pedir fuerzas a Dios'. Las palabra de Fico, mi amigo...
- Días antes, su hijo falleció en un accidente y sobre el féretro me dijo esas palabras. Mi mente otra vez en Atlanta, aún puedo....
- Puedo respirar aún. Vamos, prometiste que 'para ganarme tendrán que matarme'. Vamos, es una promesa, hay que cumplir.
- Si aún estoy vivo, aún existe una oportunidad. Ánimo,¡¡¡ vamos!!!! Dios, ilumina el camino para seguirte.
Fuerza latina
- Y observo dos rusos adelante, un mexicano a mi lado derecho, esto parece imposible.
- ¡¡¡¡LATINO!!!! Ahora vamos contra las rusos, ¡¡¡latino hasta la muerte!!! Extiendo mi mano y digo: 'Miky, vamos por América, por los latinos'.
- Él extiende su mano y me responde: "Vamos amigo, por América".
- Mis ojos solo ven a los rusos. Ahora imagino a Rumiñahui y su rostro, así debo enfocar, y vamos, estamos cerca ¡¡¡ánimo!!!
- Alcanzamos a los rusos en el último retorno de la vuelta, ahora ya somo solo tres: un ruso, un mexicano, un ecuatoriano, ahora estamos en igualdad.
El puente, un sinónimo de luz
- Y llego a pasar debajo del puente y días anteriores sabía que el puente me daría sombra, por lo tanto aire fresco, y le dije al entrenador...
- Si llego hasta el puente con alguien más, entonces ganará aquel que no tenga miedo a morir, y mi madre ya me dio la bendición. Ahora, hasta la muerte.
- Dios, tan generoso, juega con mi mente, y empiezo a ver como si fuera un túnel el recorrido y hay solo luz al final del túnel.
- Me siento muy atraído por la luz. Vamos más rápido, que el túnel puede cerrarse, igual que cuando vendía periódicos.
- Debo terminar antes que el sol se oculte!!! Hasta siempre, madre.Y empiezan a presentarse vacíos en mi mente, no hay recuerdos.
- No hay cálculos matemáticos, no hay fuerzas, frecuencia cardiaca: 210 pulsaciones, parece que se me va a salir el corazón.
Se ve el estadio
- El juez me indica el trayecto al estadio. Dios mío, acepta mi humilde ofrenda, no tengo oro ni espadas, tan solo mi esfuerzo.
- Ya puedo observar la puerta de ingreso al estadio, y un señor tiene una bandera, qué hermosa es mi bandera, de mi gente, ¿será que me la da?
- ¿Y si no quiere darme, y si me descalifican, y si me caigo? Decido continuar de largo. (Roberto Omar Machado luego me diría...)
- "Y veía cómo te acercabas y no sabía si darte o lanzarte la bandera, 'y si se cae y si le descalifica', entonces evité hacer ningún movimiento").
- Ya no escucho nada, la cabeza me explota, los músculos están destrozados e ingreso al túnel del estadio, todo pasa lento e imagino...
- A mi Dios extendiendo sus brazos al final del puente, pronunciando mi nombre: 'Ven nardo, ven a mí', y cuando creo voy a tomar sus brazos.
La gloria
- Escucho "aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa", un solo grito de 60.000 personas juntas.
- Qué miedo, ¿qué pasa? Tranquilo, solo es la gente recibiéndote. Y observo la línea de meta, solo faltan 60 metros y cada paso parece una eternidad.
- La linea esté cerca. Dios mío, qué hago, no no puedo más. De pronto miro a un par de personas como locos gritando: son Mario y Martha.
- Compañeros de la selección. Habían prometido ir a ver mi competencia y llegaron. Y hay otro más llorando junto a la meta.
- Es mi hermano, y yo no puedo más, cruzo la meta y mi cuerpo se desvanece.
- La paz emocional, espiritual, invade mi mente, mi cuerpo, mi corazón.
- Gracias mi Dios por aceptar mi ofrenda..Esta vez no te fallé, mi Ecuador.
- Madre mía, te amo, construiste al vendedor de periódicos en el mejor del mundo, ¡cómo necesito darte un beso madre mía!
Me la repitieron amigos, familiares, compañeros de trabajo. Corrí la media maratón de Guayaquil, la terminé, y la pregunta de cajón fue: ¿En qué lugar quedaste?
Recordé enseguida a El Principito. Ese fantástico texto, metáfora completa para entregar una lección de vida que nos dejó Antoine de Saint-Exupéry. Uno de los diálogos del héroe venido del asteroide B612 dice lo siguiente:
"A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?". Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?".
Reflexioné y comprendí aún más la pregunta recurrente de en qué lugar había quedado. Ni siquiera me la había hecho hasta ese momento (luego supe que fui penúltimo de los que la terminamos con 2h40 minutos). Realmente lo que anhelaba era poder recorrer los 21 kilómetros. Vencerme solo a mí, que es con el único que compito.
Quería vencer a ese personaje que a veces dice no puedo. Al que a veces le cuesta levantarse para ir a correr distancias que a muchos les parecen de locos. El que siente algún dolor en sus rodillas, en su talón. Molestias que generan dudas. Derrotar a ese es lo que me importa.
Sonreí cada vez que me repitieron la pregunta. Y volví a recordar a El Principito y su frase sabia: A los mayores les gustan las cifras.
Mañana corro la media maratón de Guayaquil. En realidad corrí ya un kilómetro más de esa distancia hace siete días, pero siempre el partido oficial será el que más adrenalina envuelve.
Es la mitad del camino. El 50% de la meta final. Pero cuando se mira hacia atrás, hay una carretera que ahora la veo gigantesca en su andadura. Son casi 300 kilómetros recorridos en dos meses. Distancia que se ha ido acumulado como memoria interna en mis piernas, pero sobre todo en mi mente. Los 5 k que antes costaban, son ahora algo relativamente fácil. Los 10 k que podían parecer eternos, ahora llegan más rápido.
Correr es un proceso de aprendizaje. De prueba y error. De batallas internas. De conocerse más a uno mismo. O de aprender trucos en la comida, como el del maravilloso spaghetti la noche anterior a una carrera larga.
Correr es a veces bajar la cabeza y observar tus zapatos en movimiento y olvidarte del mundo por un momento. Olvidarte de sus maravillas y sus desgracias, de los lamentos que luego oirás, de los problemas que resolverás. De los que no podrás resolver.
¿Correr es escapar? No lo había pensado hasta esta línea. Pero sí, ¿quién no necesita hacerlo de vez en cuando?
A veces, cuando corro, veo canas a mi alrededor. Veo cabezas blancas o cabezas con escaso cabello. Corren también. Generalmente se mueven a paso prudente, sabio. Llevan el peso de la experiencia en el ritmo.
Corren igual que yo. A veces mejor que yo. Y dan sana envidia. Porque el momento en que, exhausto, ves a un señor de unos 75 años -con barba a lo Charles Darwin- correr sin zapatos por el Malecón de Guayaquil con un tranco envidiable, uno tiene que hacerse la pregunta obligada: ¿llegaré a esa edad haciendo esto?
Los he visto en el Malecón. En el parque de la Kennedy. O corriendo a lo largo de la calle Rosa Borja de Icaza. Y con certeza están en muchísimos más lados. Corren con coraje, solos o solas, desafiando a todos aquellos que piensan desde el cliché que después de los 60 no puede haber atletismo. Los observo otra vez y me hacen pensar cuánto tiempo perdí para dedicarme a correr.
Los contemplo y también entiendo cuánta emoción deben abrazar al sentirse vivos. Al mojar sus cuerpos con el sudor de sus setenta y pico. Al oír sus corazones acelerados. Al sentir el dolor obvio en los músculos. En sus rodillas.
Los veo a lo lejos, cuando algunos han pasado mi ritmo lento pese a mis 30 años menos. Y me hacen ahondar mi compromiso.
Los veo a todos esos gladiadores en la historia de amor que me hizo conocer un amigo fotoperiodista esta semana (video de arriba). Es la historia de Dick Hoyt y de su hijo Rick. Aquél, un teniente coronel retirado en el ejército de los Estados Unidos, ahora con 71 años, y él, el hijo de 49 años que nació con un terrible diagnóstico: cuadriplejía, parálisis cerebral.
Hoyt, empujando a su hijo en vehículos especiales, ha corrido en los últimos 34 años 68 maratones, 92 medias maratones e innumerables carreras más. Ha logrado también hacer seis Ironman (competencias de 3.86 km de nado; 180 km de bicicleta y una maratón en el mismo día).
Este padre solo tuvo que entender el mandato que le hizo su hijo cuando, a sus 15 años, se sintió inspirado por un artículo de running que vio en una revista. Luego de su primera carrera, Rick le dijo: "Papá, cuando corro siento que no estoy discapacitado".
El resto ha sido puro amor de padre. También de hijo. Amor por la vida en la metáfora de una carrera.
Me toca correr 20 kilómetros, casi una media maratón. Y debo confesar que me da miedo. Lo combato, lo arrincono, pero puede estar allí, agazapado, esperando hacerme flaquear.
Uso técnicas mentales apropiadas para derribarlo. Y por lo general lo logro. Pero por ahí reaparece ese fantasma normal de nuestras vidas.
Lo bueno es que la mayoría de las veces hay alguien que te reubica en el camino. Que metafóricamente te carga y te retorna mentalmente al pavimento, con total control de la certeza de terminar la carrera. Siempre aparece el rostro de alguien, la imagen soñada, la banda sonora de una película, que te entregan esas energías tan necesarias para ejecutar la tarea.
Les dejo un video para emocionarse. Y unas frases para pensar.
"En esencia, somos diferentes de otros. Si quieres ganar algo, corre los 100 metros. Si quieres experimentar algo, corre un maratón".
Emil Zatopek, atleta checo. Cuatro veces ganador del Oro Olímpico. Tres en las mismas Olimpiadas de Helsinki, en 1952 (maratón, 5 mil y 10 mil metros).
"El milagro no es que lo haya finalizado. El milagro es que haya tenido el coraje de comenzar".
John Bingham, corredor estadounidense que motivó una nueva visión en muchos corredores amateurs para este deporte.
"Les digo a nuestros corredores que dividan la carrera en tercios. Corre la primera parte con tu cabeza. La segunda con tu personalidad y la última con tu corazón".
Todos hablamos con nosotros mismos. Cada uno tiene sus secretos. Sus mantras. Todas esas ideas, algunas manías que se repiten en forma de palabras o frases en nuestras mentes.
A veces esas palabras pueden dar miedo. Otras, risas. Tanto que nos imaginamos, de seguro, la vergüenza que podría ser que eso que pensamos encontrara un micrófono que lo amplificara. Por eso creo que tuvo tanto éxito la película What Women Want (Lo que ellas quieren), con Mel Gibson. ¿Quién no ha fantaseado con ello, con "escuchar" el pensamiento del otro?
Otras veces esas palabras pueden ser de automotivación. Hay bastante acuerdo en la literatura al respecto en asegurar que los pensamientos positivos atraen cosas positivas. Y que aquellos que solo pasan renegando y quejándose de la vida atraen exactamente eso: cosas negativas.
¿Qué tiene que ver esto con correr? Pues muchísimo. A lo largo de todo su texto, The Non Runner's Marathon Trainer habla de lo vital que es el self-talk (hablarse a uno mismo). Lo clave que es establecer mantras personales, frasecitas o imágenes mentales que pueden parecer cursis, pero que para cada historia personal pueden ser la diferencia entre tener una carga de vitalidad que genera una dosis de energía suficiente para terminar una carrrera o fracasar en el intento.
Hablarse positivamente puede usarse para bloquear el dolor ya que la mente tiene la capacidad de controlar cómo el cuerpo reacciona a una situación, se asegura en runquick.com. Este sitio identifica técnicas mentales, tan importantes como las físicas, en el proceso de correr:
- Visualización de imágenes positivas sobre la rutina
- Afirmaciones positivas internas sobre el desempeño
- Concentración en lo que se está haciendo. No distraerse.
- Transformar un resultado negativo en una experiencia positiva. Aprendizaje puro.
Kirk Mahoney, autor de Mental Tricks for Endurance Runners and Walkers (algo así como Trucos mentales para corredores de resistencia y caminantes), asegura que tomar control del diálogo interno es crucial. Para él es clave estar alerta a las preguntas negativas que nos vamos haciendo a lo largo de una carrera (¿por qué me duelen las piernas? ¿por qué hace tanto calor? ¿por qué el camino está tan mojado?..) y transformarlas en respuestas positivas (mis piernas me sostienen todo el camino; este calor es perfecto para lograr los mejor de mis músculos; mis zapatos me dan seguridad en cualquier superficie...)
La mente es maravillosa. ¿Cómo la reseteamos para cargarnos de energía diferente? ¿Qué frases se dicen cuándo corren? ¿Qué piensan en ese momento maravilloso cuando están moviéndose frente a un río, una laguna, una montaña, o simplemente devorando asfalto a su ritmo?
Acabo de correr 16 kilómetros. Una experiencia inédita que genera un dolor placentero. El dolor de entender que el cuerpo se va acostumbrando a una rutina de exigencia intensa, que deja diversas huellas.
Son huellas físicas -un calambre, una pantorrilla o un talón adolorido, una sensación de hinchazón en los pies- pero también huellas mentales.
Estoy siguiendo para mi preparación hacia el maratón un libro muy interesante. Se llama The Non- Runner's Marathon Trainer. Es un programa de 16 semanas que busca acondicionar física y mentalmente a un corredor novato para atreverse a esa distancia que puede parecer intimitadante: los 42,2 kilómetros.
Lo físico es clave, pero lo mental es vital. Ese es uno de los mensajes del libro que más se profundiza a medida que se lo va leyendo. He terminado la quinta semana del programa y el concepto que se pregona es claro: no se necesita ser el ecuatoriano Rolando Vera ni Samuel Wanjiru (múltiple campeón keniano, lamenteblemente fallecido hace poco) para conseguir aguantar una carrera de fondo. El poder de la mente, cliché universal, es trascendental en este deseo que mide 42 kilómetros.
Habrá dolor, pero también hay técnicas mentales para mitigarlo. Habrá angustias, dudas, indecisiones. También arreciarán las muletillas mentales. Esas que repiten ideas como "no podrás", "me duele mucho", "hoy no quiero correr". También vendrán los que te rodean a impregnarte de dudas. A decirte que puedes morir, que estás loco o que pierdes el tiempo.
Son fantasmas. Los espectros de la duda. Espectros que acabo de ver en forma de aves carroñeras mientras corría. Aparecieron, en lo alto, desde el kilómetro 10 sobre el camino rural de un parque nacional de recreación. Eran tres gallinazos.
Así se les llama en mi país a un tipo común de aves carroñeras. Esas que esperan la muerte de todo lo que se mueva para dar paso a ese tétrico ciclo de la naturaleza en que ellas limpian lo que se corrompe. Mi amigo médico, exhausto como yo, lanzó su teoría: "Siguen su instinto. Nos oyen jadeando, faltos de respiración, y creen que en cualquier momento caeremos".
Nos sobrevuelan desde el kilómetro 10. Van de poste en poste en el 11, en el 12. Parece que miden nuestros avances. Recuerdo a Hitchcock. Me imagino picoteos en los ojos de un cuerpo tendido. Pero vuelvo al camino, damos la vuelta y se alejan. Y pienso que así como esas aves carroñeras, a veces nosotros mismos nos convertimos en aves destructoras de lo que queremos. Sobrevolamos nuestro yo -y desde arriba- vamos castrando ideas. Destruyendo proyectos. Mutilando sueños. Solo por el miedo. Solo por las dudas de no vencer a ese personaje matutino del espejo.
"El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional". La frase, recogida por el escritor japonés Haruki Murakami tiene bastante profundidad.
Habla del dolor al correr. De lo obvio que se viene cuando se intentan recorrer largas distancias. Habla, también, del poder mental para paliar el dolor físico. Murakami, un bestseller literario con una fama poderosa y seguimiento de culto, tiene una particularidad: es literato y maratonista. Es un amante de las letras y del asfalto. Es un apasionado de exigirse a sí mismo hasta límites insospechados, como aquel día que corrió 100 kilómetros o como aquellos en los que se dedicó a ir más allá del maratón y hacer los titánicos triatlones.
Llegué a él por la bendición de las redes sociales. Alguien que vio mis reportes en Facebook a través de una aplicación para el Nike SportBand, me lo sugirió. "Lee a Murakami", me dijo un contacto. Otro me lo repitió en Twitter. Así llegué a ese libro en que él profundiza la fusión entre sus dos grandes amores: "De qué hablo cuando hablo de correr".
Es un texto (acá la crítica en The New York Times) en que hay filosofía pura. Las largas distancias se parecen a la vida. O pueden ser una novela. Hay dolor en la vida. Hay dolor al escribir. Murakami repasa sobre sus esfuerzos, sus anécdotas, sus visiones. Sobre lo que para él pareciera una amalgama rutinaria entre las letras y el asfalto. Entre las palabras y el sudor. Entre una laptop y unos zapatos de correr Mizuno.
Las largas distancias se parecen a la vida. Y en ella habrá dolor y el sufrimiento será opcional, como citaba en la primera frase. Uno decide si sufre. Uno lo permite. Correr es mucho más que correr. Esa es la moraleja de Murakami.
Quiero correr un maratón. Es una idea que entró con fuerza hace algún tiempo. Realmente no sé por qué. Tal vez es porque me gusta retarme a mí mismo. Porque estoy convencido que el peor enemigo a vencer en la vida siempre será ese que miramos al espejo todas las mañanas al lavarnos los dientes. Y ese reto de vencer a ese personaje del espejo me encanta.
Tal vez (busco teorías) es porque quiero, inconscientemente, dejar atrás a ese muchachito que se escapaba de las clases de educación física con un par de compañeros del colegio, porque prefería ocultarse a pasar la vergüenza de caerse haciendo un trampolín sobre el caballete gimnástico. Era el mismo que caminaba riendo -esperando que no lo viera el profesor- cuando tocaba el momento de correr toda la vuelta al colegio. Una vuelta que convertía a esa cuadra en un gigantesco terreno.
O tal vez es porque me di cuenta que si no me ejercitaba, con el ritmo frenético de mi vida laboral de periodista, iría camino a la obesidad y a un inminente problema cardiaco, del que jamás tendré la certeza de librarme.
El asunto es que corro. Y descubro cuando corro y cuando leo cada vez más sobre correr, la filosofía que encierra. La introspección intensa que se logra. La capacidad de autoanálisis, de autocrítica, de disciplina y de domarse a uno mismo pese al dolor, al cansancio, a la pereza con la que convivimos.
Espero que este blog -que tiene mucho de deseo automotivador y que como todos tiene algo de voyeur- sirva para encontrarme con los miles que ansían y que se preparan para lo mismo. Con los miles que ya lo han hecho y de los que puedo recibir consejos valiosos a través de comentarios, mails o sugerencias en las redes sociales (acá mi cuenta de twitter).
Este blog, en definitiva, es una bitácora incompleta del camino hacia una maratón. Un recuento mutilado del proceso de un deseo.