domingo, 5 de junio de 2011

Los fantasmas de un corredor


Tomada de fotosyphotos.blogspot.com

Acabo de correr 16 kilómetros. Una experiencia inédita que genera un dolor placentero. El dolor de entender que el cuerpo se va acostumbrando a una rutina de exigencia intensa, que deja diversas huellas.

Son huellas físicas -un calambre, una pantorrilla o un talón adolorido, una sensación de hinchazón en los pies- pero también huellas mentales.

Estoy siguiendo para mi preparación hacia el maratón un libro muy interesante. Se llama The Non- Runner's Marathon Trainer. Es un programa de 16 semanas que busca acondicionar física y mentalmente a un corredor novato para atreverse a esa distancia que puede parecer intimitadante: los 42,2 kilómetros.

Lo físico es clave, pero lo mental es vital. Ese es uno de los mensajes del libro que más se profundiza a medida que se lo va leyendo. He terminado la quinta semana del programa y el concepto que se pregona es claro: no se necesita ser el ecuatoriano Rolando Vera ni Samuel Wanjiru (múltiple campeón keniano, lamenteblemente fallecido hace poco) para conseguir aguantar una carrera de fondo. El poder de la mente, cliché universal, es trascendental en este deseo que mide 42 kilómetros.

Habrá dolor, pero también hay técnicas mentales para mitigarlo. Habrá angustias, dudas, indecisiones. También arreciarán las muletillas mentales. Esas que repiten ideas como "no podrás", "me duele mucho", "hoy no quiero correr". También vendrán los que te rodean a impregnarte de dudas. A decirte que puedes morir, que estás loco o que pierdes el tiempo.

Son fantasmas. Los espectros de la duda. Espectros que acabo de ver en forma de aves carroñeras mientras corría. Aparecieron, en lo alto, desde el kilómetro 10 sobre el camino rural de un parque nacional de recreación. Eran tres gallinazos.

Así se les llama en mi país a un tipo común de aves carroñeras. Esas que esperan la muerte de todo lo que se mueva para dar paso a ese tétrico ciclo de la naturaleza en que ellas limpian lo que se corrompe. Mi amigo médico, exhausto como yo, lanzó su teoría: "Siguen su instinto. Nos oyen jadeando, faltos de respiración, y creen que en cualquier momento caeremos".

Nos sobrevuelan desde el kilómetro 10. Van de poste en poste en el 11, en el 12. Parece que miden nuestros avances. Recuerdo a Hitchcock. Me imagino picoteos en los ojos de un cuerpo tendido. Pero vuelvo al camino, damos la vuelta y se alejan. Y pienso que así como esas aves carroñeras, a veces nosotros mismos nos convertimos en aves destructoras de lo que queremos. Sobrevolamos nuestro yo -y desde arriba- vamos castrando ideas. Destruyendo proyectos. Mutilando sueños. Solo por el miedo. Solo por las dudas de no vencer a ese personaje matutino del espejo.

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