Corren igual que yo. A veces mejor que yo. Y dan sana envidia. Porque el momento en que, exhausto, ves a un señor de unos 75 años -con barba a lo Charles Darwin- correr sin zapatos por el Malecón de Guayaquil con un tranco envidiable, uno tiene que hacerse la pregunta obligada: ¿llegaré a esa edad haciendo esto?
Los he visto en el Malecón. En el parque de la Kennedy. O corriendo a lo largo de la calle Rosa Borja de Icaza. Y con certeza están en muchísimos más lados. Corren con coraje, solos o solas, desafiando a todos aquellos que piensan desde el cliché que después de los 60 no puede haber atletismo. Los observo otra vez y me hacen pensar cuánto tiempo perdí para dedicarme a correr.
Los contemplo y también entiendo cuánta emoción deben abrazar al sentirse vivos. Al mojar sus cuerpos con el sudor de sus setenta y pico. Al oír sus corazones acelerados. Al sentir el dolor obvio en los músculos. En sus rodillas.
Los veo a lo lejos, cuando algunos han pasado mi ritmo lento pese a mis 30 años menos. Y me hacen ahondar mi compromiso.
Los veo a todos esos gladiadores en la historia de amor que me hizo conocer un amigo fotoperiodista esta semana (video de arriba). Es la historia de Dick Hoyt y de su hijo Rick. Aquél, un teniente coronel retirado en el ejército de los Estados Unidos, ahora con 71 años, y él, el hijo de 49 años que nació con un terrible diagnóstico: cuadriplejía, parálisis cerebral.
Hoyt, empujando a su hijo en vehículos especiales, ha corrido en los últimos 34 años 68 maratones, 92 medias maratones e innumerables carreras más. Ha logrado también hacer seis Ironman (competencias de 3.86 km de nado; 180 km de bicicleta y una maratón en el mismo día).
Este padre solo tuvo que entender el mandato que le hizo su hijo cuando, a sus 15 años, se sintió inspirado por un artículo de running que vio en una revista. Luego de su primera carrera, Rick le dijo: "Papá, cuando corro siento que no estoy discapacitado".
El resto ha sido puro amor de padre. También de hijo. Amor por la vida en la metáfora de una carrera.
quiero llorar con esta historia de felicidad pura, de tristeza pura. agradezco x saber que existen personas así que le dan sentido a la vida (el padre y el hijo). Salud por y para ellos...
ResponderEliminarSí, Larissa. Realmente es una historia conmovedora. Que te genera demasiadas interrogantes. Saludos y gracias por tu comentario.
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