sábado, 25 de junio de 2011

El amor por la vida en la metáfora de una carrera

A veces, cuando corro, veo canas a mi alrededor. Veo cabezas blancas o cabezas con escaso cabello. Corren también. Generalmente se mueven a paso prudente, sabio. Llevan el peso de la experiencia en el ritmo.

Corren igual que yo. A veces mejor que yo. Y dan sana envidia. Porque el momento en que, exhausto, ves a un señor de unos 75 años -con barba a lo Charles Darwin- correr sin zapatos por el Malecón de Guayaquil con un tranco envidiable, uno tiene que hacerse la pregunta obligada: ¿llegaré a esa edad haciendo esto?

Los he visto en el Malecón. En el parque de la Kennedy. O corriendo a lo largo de la calle Rosa Borja de Icaza. Y con certeza están en muchísimos más lados. Corren con coraje, solos o solas, desafiando a todos aquellos que piensan desde el cliché que después de los 60 no puede haber atletismo. Los observo otra vez y me hacen pensar cuánto tiempo perdí para dedicarme a correr.



Los contemplo y también entiendo cuánta emoción deben abrazar al sentirse vivos. Al mojar sus cuerpos con el sudor de sus setenta y pico. Al oír sus corazones acelerados. Al sentir el dolor obvio en los músculos. En sus rodillas.

Los veo a lo lejos, cuando algunos han pasado mi ritmo lento pese a mis 30 años menos. Y me hacen ahondar mi compromiso.

Los veo a todos esos gladiadores en la historia de amor que me hizo conocer un amigo fotoperiodista esta semana (video de arriba). Es la historia de Dick Hoyt y de su hijo Rick. Aquél, un teniente coronel retirado en el ejército de los Estados Unidos, ahora con 71 años, y él, el hijo de 49 años que nació con un terrible diagnóstico: cuadriplejía, parálisis cerebral.

Hoyt, empujando a su hijo en vehículos especiales, ha corrido en los últimos 34 años 68 maratones, 92 medias maratones e innumerables carreras más. Ha logrado también hacer seis Ironman (competencias de 3.86 km de nado; 180 km de bicicleta y una maratón en el mismo día).

Este padre solo tuvo que entender el mandato que le hizo su hijo cuando, a sus 15 años, se sintió inspirado por un artículo de running que vio en una revista. Luego de su primera carrera, Rick le dijo: "Papá, cuando corro siento que no estoy discapacitado".

El resto ha sido puro amor de padre. También de hijo. Amor por la vida en la metáfora de una carrera.

2 comentarios:

  1. quiero llorar con esta historia de felicidad pura, de tristeza pura. agradezco x saber que existen personas así que le dan sentido a la vida (el padre y el hijo). Salud por y para ellos...

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  2. Sí, Larissa. Realmente es una historia conmovedora. Que te genera demasiadas interrogantes. Saludos y gracias por tu comentario.

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