Sé que llegado el momento no sentiré las piernas y mi cuerpo, casi automáticamente, como un avión sin piloto, correrá de forma automática.
Sé que llegado el momento necesitaré estímulos. Gritaré internamente por una fuerza extra, más allá de un gel, más allá de un sorbo de Gatorade. Una fuerza que me arrastre hacia adelante. Que me agarre casi en peso y me diga que todo lo que espero sigue al frente, que ya falta poco.
En esa búsqueda de estímulos, desde hace tiempo he pensado cuál será la lista de canciones que me acompañará en el maratón. He corrido buena parte de mi entrenamiento sin música y correré buena parte del maratón sin ella. Realmente quiero oír lo que pasa a mi alrededor. Quiero escuchar el grito destemplado del de al lado, el murmullo del que hace una oración, el sonido de las palmas de los que apoyan a los corredores desconocidos. Y también necesito concentrarme en mi ruido interno, en mis mantras, en mis plegarias personales. En las angustias que se sacuden dentro de un cuerpo al superar la frontera desconocida luego de los 33 kilómetros para llegar a los 42.
Pero llegará un momento en que esa búsqueda me llevará a un solo destino: la música. Y allí, en ese playlist tan personal, aparecerán esas melodías de infancia y adolescencia. Regresaré a los maravillosos años ochenta, a los pasillos del cine Inca y del Lido, en el sur de Guayaquil. Retornaré al bar con los hot-dogs girando en una minúscula rueda moscovita. Volveré a la cortina oscura, inmensa y pesada, que te separaba de la realidad a la fantasía.
Allí, en ese playlist tan mío, estará como número uno una canción cliché pero espectacular. A veces pienso que Bill Conti compuso Gonna Fly Now (Ahora voy a volar) -ese tema clásico de la película Rocky- para los corredores. Una canción con tan solo 30 palabras, dividida en tres estructuras: Trying hard/Getting strong/Gonna fly, transmite una vitalidad fantástica. Algo indescriptible para los que la sentimos vigorosa, intensa, estimulante en todos los sentidos.
En ese salvavidas que será la música tienen que desfilar bandas sonoras. The Moment of Truth, de The Karate Kid, estará allí para recordarme cómo, a los 10 años, hacíamos la grulla en la esquina del barrio soñando en ganar una pelea ficticia para tener una novia de ensueño como Elizabeth Shue.
Allí se juntarán Bon Jovi, A-ha, Queen, Van Halen, Genesis, The Pretenders, Def Leppard, Soda Stereo, Joaquín Sabina. Aparecerán otros amigos de otras décadas: Paul McCartney, Louis Armstrong, Keane, The Devlins, Crowded House. Entrarán a gritarme que tengo que seguir. Que la meta está allí. Que ya casi toco la cinta imaginaria, porque la real la rompió tres horas antes algún ser de piernas largas que corre a 3 minutos el kilómetro.