lunes, 24 de octubre de 2011

Mi playlist para correr un desafío llamado maratón


Sé que llegado el momento no sentiré las piernas y mi cuerpo, casi automáticamente, como un avión sin piloto, correrá de forma automática.

Sé que llegado el momento necesitaré estímulos. Gritaré internamente por una fuerza extra, más allá de un gel, más allá de un sorbo de Gatorade. Una fuerza que me arrastre hacia adelante. Que me agarre casi en peso y me diga que todo lo que espero sigue al frente, que ya falta poco.

En esa búsqueda de estímulos, desde hace tiempo he pensado cuál será la lista de canciones que me acompañará en el maratón. He corrido buena parte de mi entrenamiento sin música y correré buena parte del maratón sin ella. Realmente quiero oír lo que pasa a mi alrededor. Quiero escuchar el grito destemplado del de al lado, el murmullo del que hace una oración, el sonido de las palmas de los que apoyan a los corredores desconocidos. Y también necesito concentrarme en mi ruido interno, en mis mantras, en mis plegarias personales. En las angustias que se sacuden dentro de un cuerpo al superar la frontera desconocida luego de los 33 kilómetros para llegar a los 42.

Pero llegará un momento en que esa búsqueda me llevará a un solo destino: la música. Y allí, en ese playlist tan personal, aparecerán esas melodías de infancia y adolescencia. Regresaré a los maravillosos años ochenta, a los pasillos del cine Inca y del Lido, en el sur de Guayaquil. Retornaré al bar con los hot-dogs girando en una minúscula rueda moscovita. Volveré a la cortina oscura, inmensa y pesada, que te separaba de la realidad a la fantasía.




Allí, en ese playlist tan mío, estará como número uno una canción cliché pero espectacular. A veces pienso que Bill Conti compuso Gonna Fly Now (Ahora voy a volar) -ese tema clásico de la película Rocky- para los corredores. Una canción con tan solo 30 palabras, dividida en tres estructuras: Trying hard/Getting strong/Gonna fly, transmite una vitalidad fantástica. Algo indescriptible para los que la sentimos vigorosa, intensa, estimulante en todos los sentidos.

En ese salvavidas que será la música tienen que desfilar bandas sonoras. The Moment of Truth, de The Karate Kid, estará allí para recordarme cómo, a los 10 años, hacíamos la grulla en la esquina del barrio soñando en ganar una pelea ficticia para tener una novia de ensueño como Elizabeth Shue.

Allí se juntarán Bon Jovi, A-ha, Queen, Van Halen, Genesis, The Pretenders, Def Leppard, Soda Stereo, Joaquín Sabina. Aparecerán otros amigos de otras décadas: Paul McCartney, Louis Armstrong, Keane, The Devlins, Crowded House. Entrarán a gritarme que tengo que seguir. Que la meta está allí. Que ya casi toco la cinta imaginaria, porque la real la rompió tres horas antes algún ser de piernas largas que corre a 3 minutos el kilómetro.

sábado, 8 de octubre de 2011

Los incrédulos y los miedos al correr

Tomado de absolutbadajoz.com

No he dejado de correr. No, no crean que me rendí. El reto sigue intacto, pese a que no me haya dado el tiempo para postear.

El tiempo pasa, el desafío se aproxima y tal como dijo Steve Jobs, tan recordado estos días luego de su muerte, solo se pueden unir los puntos de las historias personales cuando se mira hacia atrás.

Y miro atrás y recuerdo cuando por primera vez quise correr y solo pude hacerlo por tres minutos. Sentía que moría, que el corazón estallaba, que el oxígeno huía. Fueron solo tres minutos. Hace catorce días corrí 4 horas y 12 minutos una distancia de 30 kilómetros y ahora me enfrentaré a 32.

Miro atrás nuevamente. Y recuerdo cuando la carrera larga, la extenuante, era de 5 kilómetros. Y encuentro que ahora, semanalmente, la carrera benigna, la suave, es de 8 y tengo otra de 12 y una más que supera, in crescendo, la media maratón desde hace tres meses, casi todas las semanas. Uno los puntos, ato el presente al pasado y veo un cambio mental muy fuerte, intenso.

Pero tengo miedo. No puedo dejar de admitirlo. Y he aprendido de él. Como el día en que conocí de cerca lo que en el mundo de los runners se llama "la pared", en que casi me desvanezco luego de correr 28 kilómetros en una carrera mal preparada, con pocas horas de dormir y sin haber comido los suficientes carbohidratos la noche anterior, ni haber ingerido los gels necesarios durante la carrera. Aprendí que, en este asunto, la confianza no puede ir de la mano del desorden.

Tengo miedo, pero lo enfrento día a día. A veces con risas cuando algún incrédulo bromea y dice que no cree que corra o que pueda terminar un maratón de 42,2 kilómetros.

El maratón es una metáfora de vida. Es el esquema de los dos caminos abiertos frente a uno como opción vital: uno es fácil, el otro terrible. Cuando corro y siento que mi ritmo decae, que llegan, como ladrones, las dudas, me pongo a bucear por los mantras internos. Busco, rebusco, vacío recuerdos, personajes, memorias, y a veces me quedo con una sencilla pregunta, tan simple como contundente: ¿Quién te dijo que correr un maratón es fácil?